Comprendiendo el Trauma y el Apego: La Huella de nuestras primeras relaciones
- Esther Bogajo
- 21 sept
- 3 Min. de lectura
La palabra trauma deriva del griego y significa herida. A nivel psicológico, podemos decir que esa herida o trauma está causada por una experiencia negativa, que desorganiza y desregula el sistema neurobiológico de la persona y que tiene un impacto sobre la identidad afectando a sus emociones, creencias y sensaciones.
Por otra parte, el apego es una vinculación afectiva intensa, duradera, de carácter singular, que se desarrolla y consolida entre dos individuos, por medio de sus interacciones recíprocas, y cuyo objetivo inmediato es la búsqueda y mantenimiento de proximidad en momentos de amenaza, ya que esto proporciona seguridad, consuelo y protección.
John Bowlby (1907-1990), fue el primer psicólogo en desarrollar una “Teoría del Apego”, la cual describe como todo ser humano tiene la necesidad básica para su supervivencia de establecer y mantener un vínculo afectivo fuerte con nuestros cuidadores principales, siendo habitualmente la madre la primera figura de apego.
El apego es una necesidad vital tan básica para los bebés como el alimento, por eso la relación de afecto entre los padres y los hijos durante los primeros años de vida es fundamental para su desarrollo psicológico.
Tipos de Apego
Apego seguro
En este tipo de apego, el cuidador está disponible a nivel emocional, responde de forma constante y coherente a las necesidades fisiológicas, de protección y confort del niño. Así, estos niños se dirigen al progenitor, muestran el malestar de forma eficaz, exploran el ambiente, son fácilmente consolables, son capaces de ordenar e integrar la información a nivel cognitivo y emocional, conectan las experiencias sensoriales de peligro y de seguridad a las sensaciones propias de miedo o bienestar, muestran señales de malestar durante las primeras separaciones del progenitor y establecen relaciones estables y gratificantes.
Apego evitativo
Aquí el cuidador es inaccesible a nivel emocional, rechaza constantemente, ignora, desvaloriza o castiga las demandas de confort y de protección del niño. Como consecuencia, estos niños aunque están impulsados a la exploración, aprenden a inhibir las manifestaciones emocionales e interpretan la realidad utilizando prevalentemente la información cognitiva. Por lo cual, tienen dificultades para implicarse emocionalmente en las relaciones.
Apego ambivalente
En él, el cuidador reclama la atención del niño hacia sí mismo, se centra en sus propias necesidades, no sintoniza con el hijo y está accesible emocionalmente pero de forma discontinua, incoherente e imprevisible. Estos niños monitorizan continuamente al progenitor, inhiben la exploración, señalan de forma exagerada, y a menudo con rabia, su propio malestar, aprenden a interpretar la realidad en base a sus propios estados emocionales y a redirigir todo a la esfera personal y viven las relaciones implicándose excesivamente y enfatizando los aspectos negativos.
Apego desorganizado
En este apego, el cuidador tiene duelos y traumas sin resolver, tiene momentos en los que parece ausente y no implicado en la relación con su hijo. Por ello, suscita miedo en el niño, puede ser negligente o volverse inesperadamente violento y maltratador. Estos niños se encuentran en un conflicto sin solución, responden de forma caótica a estímulos ambientales estresantes, aprenden a controlar al progenitor, asumiendo comportamientos punitivos, cuidadores o seductores hacia él o ella. Además, aprenden a interpretarse a sí mismos y a las relaciones según modelos incompatibles y contradictorios en los cuales cada uno oscila entre el rol de salvador, maltratador y víctima.
Influencia de los traumas de apego en nuestra historia vital
Estos estilos de apego son fundamentales para entender el profundo impacto que estas experiencias tendrán a lo largo del ciclo vital y en las futuras relaciones interpersonales.
Los traumas de apego incluyen: negligencia emocional, abuso físico o sexual, presenciar violencia, hospitalizaciones tempranas, pérdida temprana del padre o la madre, rechazo, abandono, presión para el éxito e inversión de roles.
Las consecuencias pueden ser variadas; incluyendo problemas de autoestima, dificultades para establecer relaciones saludables, ansiedad, depresión y otros trastornos emocionales.
Las personas que han experimentado trauma a menudo pueden tener reacciones intensas a situaciones que les recuerdan su experiencia traumática, lo que puede dificultar su vida diaria.
Estas experiencias traumáticas son determinantes en nuestra manera de vincularnos en los distintos entornos de nuestra vida y es importante tener en cuenta que se transmiten de generación en generación.

En resumen
El apego y el trauma son fundamentales para entender cómo nos relacionamos con los demás y cómo manejamos nuestras emociones. Trabajar en la integración del trauma y fomentar un apego seguro puede ser clave para mejorar nuestra salud mental y nuestras relaciones.
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